
Por las noches los amantes descansan en las calles llenas de escarcha, la única cicatriz visible entre la reproducción gris de la ciudad. Por las mañanas, se olvidan de voltearse a ver el uno al otro a los ojos y encontrar en cada pestañeo un hogar. Sólo un pálido invierno se haya. Inmediatamente un inaudible pretexto surge. Sus labios de los dos, callados y callosos de besos, se alejan uno del otro, y como paredes petrificadas por un sol que congela vuelve a anochecer, ahora sin la intención de ir a la lejanía, al silencio de los amantes.
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