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miércoles, 3 de diciembre de 2008
Las noches de jazz en San Miguel de Allende
En el Centro de San Miguel Allende el mestizaje cultural es uno de los elementos que literalmente lo vuelven parte de la humanidad. Al encontrarse más de 180 nacionalidades cohabitando en esta ciudad, situada al norte de Guanajuato.
En el ambiente hay algo novedoso, es la temporada del año, cuando los latidos del invierno estremecen con mayor intensidad a sus pobladores y turistas, al ser motivados no precisamente por los magueyales, ni las decenas de calles empedradas que suman pasos de más y más zapatos.
Lo destacable es una celebración anual, la XIV edición del Festival de Jazz que se realiza en este poblado del Bajío Mexicano.
La estructura ósea de los edificios, son ejemplo de casonas y haciendas coloniales, consideradas patrimonio de la humanidad. Durante el día, los oriundos sólo las pueden administran y laborarlas en su interior como camareros, encargados, ayudantes generales, meseros y vendedores de artesanías.
Eso sí deben cumplir con un requisito, ser bilingües, hablar inglés, porque, la oleada de extranjeros que han venido a radicar, principalmente de Estados Unidos, son pensionados, y han decidido habitar la principal zona, el casco viejo, el Centro Histórico, y ahora exclamado Patrimonio de la Humanidad.
Los comercios son la parte medular para subsistir, al abundar una cantidad obscena de restaurantes, hoteles y casas dedicadas a la venta de artesanías, que se erigieron en el Siglo XVIII.
Su arquitectura ha sido rebautizada con pintura y cemento que les da juventud, al embellecerse sus fachadas con un su segundo aire. Con texturas rugosas y lisas implicadas de colores cacofónicos, como el naranja, hasta verse aquellas construcciones roídas y sin mantenimiento, debido al dueño, que no tiene los recursos necesarios, ni el apoyo municipal, ¿y si fueran sus propietarios una pareja de gringos qué sucedería?
Eso sí, aunque sea mexicano o de otras latitudes mundiales, quien tenga estas propiedades en su poder, sus portezuelas de madera, seguirán exhibiendo uno de los tantos letreros pegado en cartulina, que han de decir; “se solicita mesera, con dominio del Inglés”.
En cuanto a los pobladores nativos de San Miguel, ya son pocos los que habitan, en su Centro Histórico, debido a la necesidad de vender sus terrenos, y los que viven en las periferias, en el otro San Miguel, han dejado de sembrar, de laborar en fábricas de textiles.
Su forma como obtienen su alimento es prácticamente de brindar servicios turísticos. Abundan las escuelas que proporcionan planes de estudio en administración hotelera, porque la abogacía y la medicina ya no da resultados. Sus profesionistas egresaron de universidades en Monterrey, en San Luís y Querétaro.
Al haberse convertido San Miguel de Allende en una Frontera con Estados Unidos, sólo que es una frontera situada al centro del República Mexicana.
¡El tiempo ya está! Su presencia es innegable, y se acerca su apogeo, de la XIV ocasión que se ha instalado desde este fin de semana en San Miguel de Allende, en su Festival Internacional de Jazz, que inició el viernes pasado con un concierto a cargo del grupo San Miguel Jazz Cats.
Las actividades concluirán el 4 de diciembre con las bocanadas de personalidades como la cantante Iraida Noriega y el guitarrista versátil Jymmy Dillon.
Los lugares donde se realiza cada concierto, han sido planeados para pasar las noches, en que desciende la temperatura, y se incrementa el calor del cuerpo, en los teatros y plazas como el Ángela Peralta y la Luciérnaga.
San Miguel Jazz Cats, los encargados de la apertura, experimentaron un momento lejos de multitudes, al no hacerse visibles, en las faldas de la Parroquia San Miguel Arcángel. Situada a un costado del Parque Juárez.
“Sí al Jazz le gusta estar acompañado por multitudes, declina la soledad, y más si es un Festival Internacional de Jazz como el de San Miguel de Allende, donde se presentan máximos exponentes, como la cantante norteamericana Daline Jones radicada en Los Cabos, Baja California, desde hace 3 años. Aseguró el líder de la banda, Antonio Lozoya, quien además es uno de los organizadores del Festival”
Lo particular de tocar en las calles fue que cada una de sus melodías fueron una cuerda tibia al atar la tarde. A lado de los cuerpos que decidieron oírlos, junto el sonar de las campanas de la parroquia que volvieron sagrado el momento de diluir el sol, entre el sonido de dos baterías, una guitarra eléctrica y los inmensurables ecos del bajo que resonaron hasta para los muertos.
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